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revista urbana y cultural de tepic

lunes, diciembre 18, 2006

Avellanas...

Era la segunda vez que probaba los alcaloides en dos días. Tercera vez en quince días. Cuatro instantes perdidos en sueño. ¡Quince hojas de un cuaderno! No podía mantener mas su cuerpo alejado de aquel extracto de Avellana. ¿Quién creería que la siempre tan inofensiva nuez redonda contenía químicos tan potentes?

Hacía poco que la ciencia lo había descubierto. Sin embargo, con la creación de la Ley General de Autosuficiencia que otorgaba el derecho supremo de hacer con el propio cuerpo lo que carajos se quisiera, muchos se salieron de control. Él, uno de aquellos que vió en la ley los paraisos artificiales.

Ya había fumado porro antes, mucho antes de la caida del muro, incluso antes mismo de su construcción. ¿A quien fregados se le ocurre construir un sexto muro de la verguenza en el mundo? Suficiente el pobre estaba, habiendo soportado el de China, Berlín, Marruecos, México y de la ya desaparecida Israel. ¿No fueron suficientes lecciones como para construir otro en la Antártida? ¿Acaso con el calentamiento global no había sufrido bastante ese pedazo de hielo? Pero a quien importaba eso, si era el único pretexto para seguir fumando porro.

Y es que si vemos que lo pacheco empieza por el apellido, ¿donde terminamos? ¡Cierto! ¡No terminamos! Las sustancias han viajado por todos los aparatos, y si quisieramos hacer un itinerario de su recorrido... ¡puf!, odisea. Hasta antes de ese hermoso dos de diciembre, habían tenido como punto de partida el aparato digestivo, respiratorio, cardiovascular y reproductor. Cada una de esas veces pasarían a saludar al articular, esquelético, locomotor, nervioso, muscular, inmunitario y hasta integumentario. ¿Acaso alguien quiere que cuente como llegan al excretor? Eso si, lo que nunca imaginó -y aún cuesta trabajo entenderlo- es como puede algo así entrar por el cardiovascular y endócrino al mismo tiempo, para que al instante chocaran con el nervioso terminando embriagado de avellanas.

Sentado, a la orilla de los restos del pintoresco muro, prendió su segundo carrujo de mota. Miró extrañado el pequeño frasco con Fedrina Level, -acaso se daba cuenta de su adicción-. Observó al mundo que lo miraba impaciente. Sus ojos se cerraban pensando en ella. Y así, vacilante, el mundo le devolvía la mirada, al tiempo que empezaba su tan familiar monólogo:

- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Pero como pudo morir Avellaneda?

- Solo en sueños mi estimado, solo en sueños. Imaginativas, situaciones fantasiosas.

- Yo llegaría, con el mismo ímpetu a la casa de tus padres. Compraría un refresco, un jugo boing tal vez, que me recordara tu rápida asimilación del término "folkie".

- Y él estaría ahí, viendome, fijamente. Ahora que ya me conoce, no diría una vez mas: "pasa, esta ahí", ni preguntaría por tu regreso, preocupado.

- Y yo, triste de tu falta, moriría de pena sin renacer.


Un grito, naciendo somero en su cabeza lo despertó del leve trance.

- ¡Avellanas! ¡Avellanas!

Cuanto diera por una avellana que acompañara mi regazo, y vivir siempre embalsamado por su aroma.

3 comentarios:

Cordelia dijo...

lindisimo

Joakus Paganus dijo...

te lo vuelvo a decir: muy bueno tu texto

Sgto Carrujo dijo...

orales, que bonito