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revista urbana y cultural de tepic

martes, octubre 16, 2007

Mi lamparita

Añorando la luz


Eramos uno solo y viviamos con alegría desbordante, ella iluminaba mis noches y yo contestaba su mirada. Eramos la pareja perfecta, la unión maravillosa y eterna si no hubiera cometido el error de olvidarla.

La descubrí una noche de primavera que caminaba solitario por la calle Aztlán. Ensimismado en mis pensamientos avanzaba sin prisas entre la malesa de un vivero. A pocos metros una de esas casas lujosas que separan su interior con un frío portón despedían una mueca indiferente. Caminé entre su banqueta maltrecha y justo frente a ella sentí mi corazón alegrarse. Detuve mi caminata y me percate iluminado: ella, mi lamparita, saludaba.

Desde ese día la lamparita y yo eramos amigos. Pocas personas caminan por estos rumbos y la mayoría suelen andar en automóviles, de tal forma sus sensores automáticos solo percibian mi paso. Yo saludaba cordialmente y ella respondía con su luz. Eramos la pareja perfecta.

Con el tiempo comencé a gritarle mis alegrías y a llorarle mis penas. Mi camino podría desviarse antes o despues pero siempre solía pasar por el mismo punto. De día, veíase tierna, dormida, y solía no despertarla, aunque mi camino me llevó a saludarla inumberables noches y pocas madrugadas.

Hubo incluso ocasiones que acompañé mi paso con algún compañero de camino y mostré con alegría a mi amiga. Preciosa luz opaca, sabiduría luminosa.

Con el tiempo los automóviles perturbaban mi paso y tuve que tomar otros caminos. No era muy lejos, de hecho era solamente una cuadra, pero la tranquilidad era significativamente evidente. Y así con el tiempo no camine frente a ella y olvidé su saludo.

Hoy, por azares del destino llegue nuevamente y mi corazón se iluminó al verla tan cerca. Había sido un día pesado y pasé esperando su saludo luminoso con una alegría desbordante. Sin embargo, no encontré nada, ni una luz opaca o tan siquiera un haz. Volvi mi mirada hacía ella y lucía sin vida, apagada, con los sensores muertos y sus filamentos fundidos. Recordé entonces cuanto la había olvidado, cuantas noches esperó el paso de alguien y como aguardaba a saludar, maravillosa, a quien lo necesitara. Seguramente espero mucho tiempo, tanto que sus sensores se apagaron por siempre.

Ahora no puedo evitar sentirme culpable, pensando tal vez que otra cosa hubiera sido si tan solo alguna vez hubiera encomendado a ella mi saludo nocturno.

Descanse en paz, mi lamparita.

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