Yo tenía una luna que se llamaba Toulousse.
Venía por esta parte de la acera y se iba por allá, por el callejón verdoso. A veces no, tomaba derecho y doblaba en la miñón. Solo venía cada dos lunas brillantes siempre que la vieja deldiesiciete ponía el tazón de leche sobre la banqueta. Cuando él pasaba, tomaba de mi tazón un bulto chipi de plastico y se iba presurosamente. Entonces y solo entonces tomaba mi lechita fresca que tanto me gusta. Ojala Patricio volviera a venir por estos lugares.
Ya casi no hay gatos en este vecindario, soy con seguridad el único que queda. A veces vienen algunos solo de paso pero es raro que se queden, nadie en este vecindario quiere ya a los gatos pues ahora ya nadie deja lechita. No importa, soy casi feliz así casi solo y así casi negro. A la única que extraño un copito es a Toulouse, una blanca linda con el pelo suavecito. Decía ella que era persa, pero nadie le creía. Aquí entre nos no importa, es la gata más linda que he visto en mis 4 años de vida.
Llegó un verano caluroso en un elegante carro negro. ¡Nunca en mi vida había visto tantas cosas salir de uno! Apenás la vi, supe que debería ser para mi, ella, la gata de pelaje más hermoso, de mirada más lasciva.
Toulouse era solo para mi y no hacía casi caso a los demás gatos. Vivía en la casa blanca enfrente de la vieja deldiesiciete y tenía su propia leche. También tenía su propio tazón y unas manchitas en su cola. Su casa era bonita, y lo único que tenía que soportar era que su humana la acariciara a veces. ¡Todos tenemos que pagar un precio por vivir felices!
Decía que Masiatina, su ama, trabajaba en una bajada y que a veces Toulouse podía ir con ella. A mi me dan miedo las bajadas, y las subidas que son bajadas al revés. No imagino como alguien puede trabajar en una bajada, pero bueno, despues de todo ellas eran truzas. Así decía Toulousse y cada vez que lo hacía me las imaginaba con calzoncillos en la cabeza y tenía que contener mi risa.
Casi siempre podía comer con Toulouse y solo cuando la vieja deldiesiciete dejaba mi lechita podía invitarla yo, para despues subir a la asotea y ver la hermosa luna. Los gatos viejos de más de 10 años dicen que por un delescopio se le puede ver más brillante, y así, la vieja deldiecisiete miraba a diario a través de su delescopio, buscando tal vez a Toulouse, blanca nieve dulcisima y suave.
El otoño puntual tiró las hojas de los eucaliptos. Si para entonces su patió era nuestro lugar de juegos predilecto, le olor dulce trajo mayor alegría a nuestra vida. Fué mi mejor otoño de los tres que he tenido. Despertaba a su lado con la melodía del piano de Novor, la hija de Masiatina. Novor era una humanagato, blanca, de ojos verdes y cabello largo. Novor veía también de noche y a veces jugaba con nosotros.
El invierno todo cambió. Novor nos calentaba la leche pero rápido se helaba. El patio ya no olía a eucaliptos y Patricio dejó de ir con la vieja deldiecisiete. De cualquier forma seguía yo asistiendo puntual cada dos lunas brillante, con la esperanza de que algún día regresara. Masiatina se quedaba hasta noche en la bajada y a Novor la cuidaba un humano feo feo (pero feo el condenado) del que nunca supe su nombre ¡y no quisiera saberlo! Sin embargo, al acurrucarme en los ojos de Tulu, todo se me olvidaba.
Así pasaron los días hasta la siguiente luna brillante. La mañana fue la más fría de todo el invierno, así que Toulousse y yo decidimos no salir de la cama. Despertamos en la tarde y nos aseamos como de costumbre. Novor llamo a Tulu, se despidió con una caricia y acudió a sus brazos. Yo decidí revisar si la vieja deldiecisiete había dejado algo en el tazón, salí de la casa, trepé la barda y crucé por la calle. No había nada otra vez.
Dos carros llegaron presurosos a la casa de Toulousse con muchos hombres adentro. Era raro que viniera alguien y más raro que entraran sin tocar. Crucé presuroso la calle, trepé la varda y escuché el ensordecedor ruido, un ruido seco y lejano. Entre presuroso por la ventana y la casa se llenó de silencio. Busqué por todos lados y no encontré ni a Toulousse ni a Novor. Luego escuché de nuevo un sonido en el patio de los eucaliptos al que acudí con premura.
Ahí fue cuando ví a mis desaparecidos. Los gatos de 10 años dicen que sucede a veces que a ciertos gatos sus humanos se les desaparecen y ahí se nos va una vida. Y ahí vi a Patricio y otros hombres que desaparecían a Novor y a su madre -mis humanos prestados- abajo del suelo. Esperé hasta que se fueron.
Esa noche nevó y los copos fríos cubrieron su casa. Las truzas en su blancura se fundieron en la noche. Yo aún tenía mucha hambre y suerte Novor había dejado leche en casa. Con el estomago lleno busqué desesperadamente entre la nieve. Aún no las he encontrado, pero creo que Novor y Masiatina siguen ahí abajo, desaparecidas. A ellas les toco la nieve porque el color de piel de las truzas es blanca. A Toulouse no la volví a ver, pero estoy seguro de que se convirtió en luna y que aguarda que me convierta en gato blanco para acompañarla. No puedo Tulu, soy gato casi feliz, casi negro y casi solo, pero te prometo que si encuentro a Novor, estaré un poco más cerca de ti.
5 comentarios:
la ingenuidad es algo que los gatos a veces tienen...pero solo en las primeras vidas, despues se va asi como esa Novor
El comentario anterior es de joako que no se como se metió a mi cuenta.
jajajajajaja
ni yo se
Me gustó.
Saludines
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