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revista urbana y cultural de tepic

sábado, enero 09, 2010

De luciernagas y cigarras



Dicen los viejos que cuando el ritmo de dos tambores coinciden de vez en vez, puede verse escucharse el concierto de notas iluminado por la alegría del encuentro, y dicen y dicen tanto que les contaré esta, la historia de una luciernaga chiquita, chiquita, llamada Yare, de piel cobriza, mejillas alegres y ojos negros y brillantes como la obsidiana que vivía en el país chiquito, chiquito de las cigarras.

Las cigarras y las luciernagas vivían en paz desde hacía muchos años al pie del árbol del tiempo. El árbol del tiempo era un gran y frondoso señor dormido cuyas hojas caían como segundos y que en su interior tenía miles de relojes que hacían correr el tiempo del mundo. Cuando el viento pasaba entre sus ramas podían oirse cientos de tic tacs que hacían mover los corazones de los hombres.

Yare, conocida por ser muy inteligente, dedicaba su tiempo a aprender del mundo, comer arandanos y jugar por las noches a pintar estrellas que iluminaban el firmamento como estrellas mismas. Aunque no era huraña, no tenía muchos amigos y prefería una noche estrellada con un buen vaso de leche que corretear hurones con sus compañeros.

Sucedió pues que un día se encontraba con su leche enchocolatada al pie del árbol del tiempo viendo el luciernago firmamento cuando de pronto escuchó un tic-tac distonante. Era más bien un toctoc-tac-tec-tic-tac que un tic-tac y aunque no era del todo desagradable rompía cualquier rítmo y monotonía. Tic-tac se escuchaba en el corazón de la luciernaga, toctac-tectec-tac-tic en ese corazón tamborileante. Pronto dió cuenta del sujeto que lanzaba ese sonido desde las entrañas de su entomóloga vida.

-¡Hola! Mucho gusto, te vi muy solita, ¿como te llamas?, te veía tranquila dormitar, ¿qué dormitas?, soy una cigarra, ¿vez mi colita? ¿puedo dormitar también?- soltó como ráfaga, cómo disparos de escarabajo bombardero.
-Si claro, no hay problema -contestó brevemente Yare, sin saber que pregunta contestar y contestando solo la última.

Y ahí estaban, sentados sin hablar, sintiendo el vértigo del espacio cuando de pronto el cielo aventó a destajo una estrella a la tierra, misma que cayó con tan singular alegría que dibujó dos sonrisas.

Pasó lentamente el tiempo, tiempo en que de ocasión en ocasión acudían las luciernagas al mismo lugar a ver las estrellas y hacerse cada vez mejores amigos. Tiempo en en que el tic-tac de Yare era más bien tic-toc-tac-tic-tec-tac, aún armonioso, aún no el distontante tic-toc-tactac-tec-tic, cosa que ellos abstraidos en el reflejo de su luz en el cielo habían olvidado escuchar.

Ocurrieron muchos días y muchas historias para escuchar al mismo tiempo las melodías de pecho almidonarse, muchas canciones contonenates, algunos desacuerdos, pocos arrebatos, hasta ese día en que sentados al pie del gran árbol se dieron un beso.

El beso, un beso chiquito y tranquilo -no vayan a pensar algo más puercotes- es de esos que se dan en otoño. La respiración de él se entrecortó, la de ella se convirtió en nerviosismo, el aroma de menta de él se combinó con los arándanos de ella. Y sonó el tambor chiquito de ella en un tic-toc-tactac, tic toc-tactac -igualito lo juro- al tic-toc-tactac de él. Sonó tan atonante que la luna bailó.

Ya iban para el segundo beso, un beso grandote y pasional -no vayan a pensar menos recatados-, de esos que se dan en invierno, cuando el gran árbol dejó caer sus hojas, que como segundos cubrieron el suelo, cama de espasmos venideros.

4 comentarios:

yareUnAD dijo...

aaah es muy linda la Historia!! Te Quiero mucho Maho!!

Sgto Carrujo dijo...

:S

wiiiiiii

Hallya Zwe dijo...

aaaah !! q bonitoooooo !!

motita :) dijo...

Bonita historia, bonito espacio...