Churros

Parte de la serie de cuentos Eclipses Invernales, que no parecen cuentos pero se los juro que son.

Los churros y los chocolates del moro son demasiado dulces. Son demasiado dulces y además, entre chocolates, no hay mucho que elegir. Francés, mexicano y español -segun recuerdo- uno más azucarado que otro. A mi se me antojó mexicano, por esa mania nacionalista que tengo y a la que -sin embargo- le tengo que recordar que debe reconocer su parte española. Tu quisiste español, impacto de glucosa directo al corazón. De churros pedimos cuatro y casi casi medio litro de insulina.

El lugar que reza su fundación a 1935 tiene una fea imitación de vitral. Probablemente en su tiempo se antojaba linda, aunque es difícil creerlo despues de ver lo que en Chapultepec se guarda con recelo. Al lado un viejo de novela se sienta en el que parece su ritual-desayuno matutino. Yo ya tengo mi libreta moleskine (-porque eres un literato pretencioso e impresionable-) y tu para entonces ya tienes mi corazón. El lugar empieza a abarrotarse y tardamos un poco para pedir la cuenta.

Salimos y entre el bullicio nuestras manos -que alguna vez estuvieron juntas- se pierden. Fumamos, como la noche anterior, con agrado y necesidad. El dulce aún se encuentra en nuestros paladares y tardará mucho tiempo en salir. ¿Porqué el deseo de ser tan feliz?

El centro de la ciudad aparece con bullicio, un bullicio particular por ir a patinar sobre hielo. Ese día iremos al Centro Cultural de España y veremos el mundo (tu mundo) desde un campanario. Antes arruinaré el momento con el pensamiento de sexo sacro, pero lo recuperaré cada vez que veré con ternura tus ojos. Ahí empezaré a imaginar tu exposición fotográfica y chingaré cada cinco minutos inquiriendo el tiempo y la forma en que lo harás. Y despues de todo sabrás que se tanto de la ciudad como tu de mi corazón. Ya no hay tiempo. Siguiente parada, Coyoacán. Y lo que falta.