Ménade mutua

Era su templo una vieja casa en una esquina del centro de Guadalajara. Ménade imponente, Diosa que encantaba con sus movimientos al ritmo de un melodioso son cubano y bajo los efectos de embriagantes bebidas verdes con alma de yerbabuena.

A su templo La Mutualista -le dicen- de aspecto arrabalero, que fiel a su nombre contiene la unión temporal de decenas de cuerpos, organismos que a través del baile conjugan una relación íntima, apenas infinitesimal en el tiempo, temporal sí, pero cargada de un mistisismo melcochoso. La mutua para los asiduos, un lugar de baile, si, rindiendo culto a la simiente maravillosa de sus ninfas.

Y ella, no la única ménade, pero si la más brevaria, cobriza, con la sonrisa más fea, pero la más disfrutable. No perfecta, nunca, siempre humana, sudando la vida, borracha de extasis, sumida en el deseo de cientos de ojos, dos de los cuales acompañan sus giros, pero del mundo no su mirada.